Por qué funciona? introducción...
Hay mucho escrito hoy sobre ello…
En 1795 Ya Schiller en sus “Cartas para la Educación
estética” (mencionaba tres
aspectos que conviven en todo Ser Humano para: el aprendizaje, la toma de
decisiones, y resolución de problemas. La
importancia para la educación del individuo, y por ende de la sociedad.
Lograr un equilibrio entre:
1.- el impulso Formal o racional
2.- el emocional o Sensible en el hombre
3.- Equilibrio que se logra desde el Impulso de
Juego Estético, que reúne a los anteriores y, ése es el objetivo. Integrando
mediante belleza y ética en el hacer con voluntad.
Desde una elección de: qué quiero formar o mostrar y
cómo quiero hacerlo para lograr la mejor síntesis de la información que relevan
ambos hemisferios del cerebro a través
del cuerpo calloso.
CARTAS PARA EDUCACIÓN
ESTÉTICA DEL HOMBRE
DUODÉCIMA CARTA
sobre la educación estética del
hombre
de Friedrich
Schiller
1 Para
llevar a cabo esa doble tarea de hacer realidad lo necesario en nosotros,
y someter a la ley de la necesidad lo real fuera de nosotros, somos
movidos por dos fuerzas contrapuestas que, puesto que nos incitan a realizar su
objeto, denominaremos acertadamente impulsos. (1)
El primero de estos impulsos,
al que llamaré sensible, resulta de la existencia material del
hombre o de su naturaleza sensible, y se ocupa de situarlo dentro de los
límites del tiempo y de hacerlo material: no de darle materia, porque eso
corresponde ya a una libre actividad de la persona, quien recibe la materia y
la diferencia de sí misma, de lo permanente. Por materia no se entiende aquí
más que variación o realidad, que llena el tiempo; por consiguiente, ese
impulso exige que haya variación, que el tiempo tenga un contenido. Este estado
de tiempo meramente lleno de contenido se denomina sensación, y sólo gracias a
él se manifiesta la existencia física o material.
2 Ya
que todas las cosas que son en el tiempo forman una sucesión,
entonces, si una cosa es, todas las demás quedan excluidas. En cuanto un
instrumento alcanza un determinado tono de entre todos los que puede dar de sí,
sólo ese tono es real; en cuanto el hombre experimenta la sensación del
presente, toda la infinita posibilidad de sus determinaciones se reduce a esa
única forma de existencia. Así pues, tendremos que la máxima limitación se dará
allí donde ese impulso actúe de manera exclusiva; el hombre no es, en ese
estado, más que una magnitud, un momento lleno de contenido, o más bien no es
él, porque su personalidad desaparece mientras le dominen las sensaciones y el
tiempo lo arrastre consigo. (2)
3 Los
dominios de este impulso sensible llegan hasta los límites del hombre en cuanto
ser finito, y ya que toda forma necesita de la materia para manifestarse, y
todo absoluto de unos determinados límites, es por ello que la entera aparición
de la humanidad está sin duda sujeta al impulso sensible. Pero si bien, sólo él
es capaz de despertar y desarrollar las disposiciones humanas, también es el
único que hace imposible la perfección de la humanidad. Encadena en el mundo de
los sentidos, con lazos indestructibles, al espíritu, que aspira a metas más elevadas,
y ordena a la abstracción que abandone su libre camino hacia el infinito y
regrese a los límites del presente. Sin duda, el pensamiento puede escapársele
momentáneamente, y una voluntad firme puede oponerse con éxito a sus
exigencias; pero enseguida la naturaleza oprimida vuelve a reclamar sus
derechos, para insistir en la realidad de la existencia, en el contenido de
nuestros conocimientos y en los fines de, nuestra actividad.
4 El segundo de estos impulsos,
que podemos denominar impulso formal, resulta de la
existencia absoluta del hombre o de su naturaleza racional, y se encarga de
proporcionarle la libertad, de armonizar la multiplicidad de sus
manifestaciones y de afirmar su persona en todos los cambios de estado. Dado
que esta última, en cuanto unidad absoluta e indivisible, no puede estar nunca
en contradicción consigo misma, ya que nosotros seguimos siendo
nosotros para toda la eternidad, aquel impulso que insiste en la afirmación
de la personalidad no podrá nunca exigir nada que no sea para toda la
eternidad; así pues, decide para siempre lo que decide ahora, y exige ahora lo
que exigirá siempre. Abarca todo el tiempo, y eso es tanto como decir que
suprime el tiempo, que suprime la variación, que pretende que lo real sea
necesario y eterno, y que lo eterno y necesario sea real; en otras palabras:
exige la verdad y la justicia.
5 Mientras que el impulso sensible
sólo da lugar a casos, el formal dicta leyes; leyes
para el juicio, si se trata de conocimientos, leyes para la voluntad, si se
trata de hechos. Ya sea que reconozcamos un objeto, que otorguemos
validez objetiva a un estado subjetivo propio, o bien que actuemos a partir de
conocimientos, que hagamos de lo objetivo el principio determinante de nuestro
estado -en ambos casos arrebatamos ese estado a la jurisdicción del tiempo y le
conferimos realidad para toda la humanidad y para todas las épocas, esto es,
universalidad y necesidad. El sentimiento sólo puede decir: esto es verdad para
este sujeto y en este momento, pero puede venir otro momento
cualquiera. otro sujeto que anule la afirmación de la sensación presente. En
cambio, cuando el pensamiento dice: esto es, decide entonces por y
para siempre, y la validez de su afirmación queda refrendada por la propia
personalidad, que se opone a toda variación. La inclinación puede decir tan
sólo: esto es bueno para tu individualidad y para tu
necesidad presente, pero la variación arrastrará consigo tu individualidad
y tu necesidad presente y, lo que ahora anhelas ardientemente, lo hará un día
objeto de tu aversión. Pero
cuando el sentimiento moral dice: esto ha de ser, decide entonces
por y para siempre: si reconoces la verdad porque es la verdad, y practicas la
justicia porque es la justicia, has convertido entonces tu caso particular en
ley para todos los casos, has tratado un momento de tu vida como si fuera
eternidad.
6 Así
pues, allí donde rige el impulso formal, y el objeto puro actúa en nosotros, se da la más
perfecta extensión del ser, desaparecen todos los límites, y el hombre se eleva
desde aquella unidad de magnitud a que lo habían reducido los míseros sentidos,
a una unidad ideal que abarca el reino entero de los
fenómenos. En ese proceso ya no estamos en el tiempo, sino que la entera
sucesión infinita del tiempo está en nosotros. No somos ya individuos, sino
especie; el juicio de todos los espíritus se pronuncia por boca del nuestro, y
nuestra acción representa la elección de todos los corazones.
**NOTAS**
(1).-Nota de Schiller: No veo inconveniente en utilizar a la vez esta
expresión, tanto para aquello que tiende a cumplir una ley, como para aquello
que tiende a satisfacer una necesidad, por más que se acostumbre, sin embargo,
a aplicarla tan sólo en este segundo caso. Así como las ideas de la razón se
convierten en imperativos o deberes cuando se las sitúa en los límites del
tiempo, del mismo modo estos deberes se convierten en impulsos cuando son
referidos a algo determinado y real. La veracidad, por ejemplo, en cuanto algo
absoluto y necesario, prescrito por la razón a toda inteligencia, es real en el
ser supremo, porque es posible; dado que esto se sigue del concepto de un ser
necesario. Y la misma idea, puesta en los límites del tiempo, sigue siendo
necesaria, pero sólo moralmente necesaria, y debe hacerse previamente real, ya
que, en un ser arbitrario la posibilidad no es capaz de sentar por sí sola la
realidad. Ahora bien, si la experiencia nos proporciona un caso al que pueda
referirse este imperativo de la veracidad, suscita entonces un impulso, es
decir, una tendencia a cumplir aquella ley, y a provocar la concordancia
consigo mismo prescrita por la razón. Este impulso surge necesariamente, y ni
siquiera deja de darse en aquél que actúa precisamente en contra de él. Sin
este impulso no habría ninguna voluntad moralmente mala, ni moralmente buena.
(2).-Nota de Schiller:La lengua tiene una
expresión muy acertada para definir ese estado de enajenación bajo el dominio
de las sensaciones: estar fuera de sí, es decir, estar fuera del
propio yo. Aunque esta expresión sólo se emplea cuando la sensación pasa a ser
emoción, estado que se hace más evidente por su mayor duración, sin embargo,
puede decirse que todo aquél que sólo siente está fuera de sí. Cuando cesa ese
estado y se recupera el juicio, decimos también correctamente: volver a
sí, es decir, volver al propio yo, restablecer la personalidad. De alguien
que se desmaya no diremos que está fuera de sí, sino que ha perdido el
sentido, es decir, que está privado de su yo, mientras que el primero está
fuera de su yo. Por eso, de aquél que se recobra de un desmayo se dice que ha
vuelto en sí, lo cual puede coexistir perfectamente con el estar fuera
de sí.
DECIMOCUARTA CARTA
sobre la educación estética del
hombre
de Friedrich
Schiller
1 De esta manera nos hemos
acercado al concepto de una acción recíproca entre los dos impulsos, en la que
la actividad del uno fundamenta y limita al mismo tiempo la actividad del otro,
y en la que cada uno de ellos por sí mismo alcanza su máxima manifestación
justamente cuando el otro está activo.
2 Esta
relación recíproca de ambos impulsos es, en principio, sólo una tarea para la
razón, una tarea que el hombre únicamente será capaz de llevar a cabo en su
totalidad si llega a la plenitud de su existencia. Es, en el sentido más propio
del término, la idea de la humanidad, y por consiguiente un
infinito al que puede ir acercándose cada vez más en el curso del tiempo, pero
que nunca llegará a alcanzar. No debe aspirar a la forma a expensas de
su realidad, ni a la realidad a expensas de la forma; antes bien, ha de buscar
el ser absoluto a través de un ser determinado, y al ser determinado a través
de un ser infinito. Debe situarse frente a un mundo, porque es persona, y ha de
ser persona porque tiene un mundo ante sí. Debe sentir, porque es consciente de
sí mismo, y ha de tener consciencia de sí, porque siente. El hombre no
podrá experimentar nunca que se adecua a esa idea y, por consiguiente, tampoco
que es hombre en la plena acepción de la palabra, mientras satisfaga
exclusivamente uno solo de esos impulsos, o uno después del otro; pues mientras
sólo sienta, su persona o su existencia absoluta será un misterio para él, y
mientras sólo piense, ignorará su existencia en el tiempo, o sea, su estado.
Sin embargo, si hubiera casos en los que el hombre hiciera al mismo
tiempo esa doble experiencia, en los que fuera consciente de su
libertad y, a la vez, sintiera su existencia, en los que, al mismo tiempo, se
sintiera materia y se conociera como espíritu, entonces tendría en estos casos,
y únicamente en éstos, una intuición completa de su humanidad, y el objeto que
le hubiera proporcionado esa intuición sería para él el símbolo del cumplimiento
de su determinación, y por lo tanto (ya que ésta sólo puede alcanzarse en
la totalidad del tiempo) serviría como una representación del infinito.
3 Suponiendo
que casos de este tipo pudieran presentarse en la experiencia, despertarían en
el hombre un nuevo impulso que, dado que los otros dos actúan conjuntamente en
él, se opondría a cada uno de ellos, tomados por separado, y podría ser
considerado con razón un nuevo impulso. El impulso sensible exige que haya variación,
que el tiempo tenga un contenido; el impulso formal pretende la supresión del
tiempo, que no exista ninguna variación. Así pues, aquel impulso en el que
ambos obran conjuntamente (permítaseme llamarlo de momento impulso de
juego, hasta que haya justificado esta denominación), el impulso de juego
se encaminaría a suprimir el tiempoen el tiempo, a conciliar el devenir
con el ser absoluto, la variación con la identidad.
4 El impulso sensible
pretende ser determinado, exige recibir su objeto; el impulso
formal pretende determinar él mismo, exige crear su objeto: el
impulso de juego se encargará, pues, de recibir, tal como el impulso formal
habría creado, y a crear tal como los sentidos tienden a recibir (1).
5 El
impulso sensible, excluye de su sujeto toda autonomía y libertad, el formal
excluye del suyo toda dependencia, toda pasividad. Pero la exclusión de la
libertad es una necesidad física, y la exclusión de la pasividad, una necesidad
moral. Ambos impulsos coacionan, pues, al ánimo; el primero mediante leyes
naturales, el segundo mediante leyes racionales. El impulso de juego, en el que
ambos actúan, unidos, coaccionará entonces al ánimo, moral y físicamente. Ya
que suprime toda arbitrariedad, suprimirá también toda coacción, y liberará al
hombre tanto física como moralmente. Si abrazamos apasionadamente a alguien que
merece nuestro desprecio, sentimos la penosa coacción de la naturaleza. Si nos
enemistamos con alguien al que no podemos dejar de respetar, sentimos la penosa
coacción de la razón. Pero la persona atrae nuestro interés y merece, a la vez,
nuestro respeto, entonces desaparece tanto la coacción de la sensibilidad, como
la de la razón, y empezamos a amarle, es decir, a conjugar nuestra inclinación
y nuestro respeto.
6 Además,
ya que el impulso sensible nos coacciona físicamente, y el formal nos coacciona
moralmente: el primero deja al azar nuestro carácter formal, y el segundo,
nuestro carácter material; es decir, es accidental que nuestra felicidad
coincida o no con nuestra perfección, o que nuestra perfección coincida con
nuestra felicidad. El impulso de juego, en el que los otros dos actúan
conjuntamente, convertirá a la vez en accidentales nuestros caracteres formal y
material, nuestra perfección y nuestra felicidad; y dado que las hace
accidentales a ambas, y que con la necesidad desaparece también la
contingencia, el impulso de juego suprimirá asimismo la contingencia de ambas,
dando con ello forma a la materia, y realidad a la forma. En la misma medida en
que arrebata a las sensaciones y a las emociones su influencia dinámica, las
hará armonizar con las ideas de la razón, y en la misma medida en que prive a
las leyes de la razón de su coacción moral, las reconciliará con los intereses
de los sentidos (2).
**NOTAS**
(1).-Podría decirse que el impulso de cosa se
orienta a multiplicar la unidad en el tiempo, ya que la sensación es una
sucesión de realidades; el impulso formal se orienta a unificar la
multiplicidad en la idea, ya que el pensamiento consiste en la concordancia de
lo diverso: el impulso de juego se ocupará, entonces, de diversificar en el
tiempo la unidad de la idea; de convertir la ley en sentimiento; o, lo que es
lo mismo, de unificar en la idea la multiplicidad en el tiempo; de convertir el
sentimiento en ley.
(2).-Bajo su dominio, lo agradable se convertirá en un
objeto, y el bien en un poder. En su objeto, sustituirá la materia
por la forma, y la forma por la materia, en su sujeto transformará
necesidad en libertad y libertad en necesidad, y alcanzará de ese modo la más
íntima conjunción de ambas naturalezas en el hombre.
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